La influencia del contexto familiar y social en los estilos de vida de los jóvenes universitarios

  1. Guerra Santana, Mónica Francisca
Dirigida por:
  1. Juan Carlos Martín Quintana Director/a
  2. María José Rodrigo López Codirectora

Universidad de defensa: Universidad de La Laguna

Fecha de defensa: 15 de julio de 2016

Tribunal:
  1. Ramón Aciego de Mendoza Lugo Presidente
  2. Miriam Álvarez Lorenzo Secretaria
  3. Rafael Santana Hernández Vocal
Departamento:
  1. Psicología Evolutiva y de la Educación

Tipo: Tesis

Teseo: 425989 DIALNET

Resumen

En los últimos tiempos el estudio sobre los/las adulto/as jóvenes y la adultez emergente se ha convertido en temática de investigación (Arnett, 2000; Scabini, Marta y Lanz, 2006). Este interés viene justificado al observar una semejanza entre las sociedades occidentales más industrializadas en la prolongación de la adolescencia y el retraso del comienzo de los roles adulto/as comunes que ya estaban normalizados. Esta situación ha creado un debate entre los investigadores existiendo una falta de consenso sobre si la “adultez” hace referencia al desarrollo desde que termina la adolescencia en la adultez-joven; o si por el contrario es diferente y sólo es la etapa siguiente a la “juventud”, tal y como señalaba Erikson para referirse a la mediana edad (Erikson 1982/2000). Todos estos cambios están haciendo que para muchos/as jóvenes de países industrializados, esa etapa de su vida sea un momento distinto a la adolescencia y también diferente al del adulto/a. Es por eso por lo que muchos autores afirman que ha “emergido” una nueva etapa en el ciclo vital. Ha sido Arnett el que ha abanderado las investigaciones sobre el tránsito a la adultez, creando un nuevo concepto, “EmergingAdulthood” entendido como el nuevo periodo de búsqueda de la identidad y nuevas experiencias en la vida de los individuos que se encuentra entre el fin de la adolescencia y el inicio de la etapa adulta en las sociedades industrializadas. La edad la establece entre los 18 y los 25 años, aunque ve la posibilidad de extenderla hasta los 29. A este período lo caracteriza como la exploración de distintas posibilidades en el amor, el trabajo y la visión del mundo (Arnett, 2000). En Europa una de las teorías más reconocidas sobre la transición de la adolescencia a la vida adulta, es la de los investigadores italianos Cicoli y Scabini(2006) y Scabini, Marta, y Lanz(2006). Ellos han apoyado la transición desde una perspectiva relacional intergeneracional, basándose en la importancia y la influencia de las relaciones familiares. Tanto la teoría de Arnett, (2000/2001/2004) como la de Cicolli y Scabini (2006) reconocen la influencia que tienen las variables externas como son la sociedad, la cultura o la historia, a lo largo del desarrollo del individuo. Siguiendo esta tesis relacional e intergeneracional, podríamos decir que la adultez emergente se caracteriza por crear una nueva situación en la relación entre los progenitores y sus hijos/as. La situación de un adulto emergente que comienza sus estudios en la educación superior supone, en muchos casos, la separación de la familia y los amigos de la infancia, propiciando así la creación de nuevas redes sociales y las exigencias de aumentar su autonomía (Buote, et.al. 2007). Las consecuencias de estos cambios, producidos entre otros, por el paso de la educación secundaria a la universitaria, además del aumento en las demandas académicas, hacen más difícil la adaptación a la universidad y, muchas veces, hace que los jóvenes duden si permanecer en ella (Asberg, et. al. 2008). En este caso si el alumno/a tiene una buena fuente de apoyo social supone una de las protecciones más importantes ante las experiencias adversas que pueda suponer la incorporación a la universidad (Shamirah-Farah, 2012).La familia supone para los/as adultos/as emergentes una de las principales fuentes de apoyo, pero también en esta etapa encontramos la necesidad de contar con los otros, sobre todo con los/as amigos/as. Los estudios evidencian que los/as jóvenes que perciben altos niveles de apoyo social, demuestran un autoconcepto elevado, un estilo de afrontamiento más adecuado ante el estrés, una mayor autoestima y autoconfianza, y un mayor control personal y bienestar subjetivo (Orcasita y Uribe, 2012). Para estos mismos autores, el apoyo social es un componente elemental para el desarrollo del bienestar individual y familiar, respondiendo a las necesidades y momentos de transición dentro del proceso de desarrollo en cada persona. Hoy en día nuestros/as jóvenes universitarios/as en ese proceso de tránsito a la adultez se están encontrando con un nuevo modelo de sociedad caracterizada por la inestabilidad laboral, el acceso tardío a la vivienda, la emancipación tardía del hogar familiar, el cambio en las relaciones de pareja, la asunción tardía de la parentalidad o los nuevos modelos de comunicación basados en Internet. Estos cambios se están produciendo de manera tan rápida que hacen difícil su asimilación, como es el caso de los nuevos modelos de comunicación a través de las redes sociales. Estos modelos nos pueden llevar a desajustes emocionales si la gestión que realizamos de los mismos no es la adecuada. Tal es el caso de las redes sociales de comunicación con WhatsApp, Facebook o Twitter, donde confluyen una gran cantidad de “amigos” y de relaciones sociales virtuales que pueden generar confusión entre los más jóvenes. Para Odriozola y de Corral (2010),el uso negligente y la dependencia de Internet están íntimamente relacionados con diferentes tipos de variables psicosociales: la vulnerabilidad psicológica, los factores estresantes y el apoyo familiar y social. Toda esta situación está influyendo de manera directa en los estilos de vida de los/as jóvenes, entendiendo por éstos el conjunto de hábitos de comportamiento habituales que realiza una persona y que son perdurables en el tiempo, bajo unas condiciones más o menos constantes y que pueden constituirse en dimensiones de riesgo o de seguridad dependiendo de su naturaleza (Rodríguez, 1995; Roth, 1990; Valle, 1996). A esta definición se le puede sumar otras variables como son las creencias, las expectativas, los motivos, los valores y las emociones, las cuales se presentan relacionadas con la conducta (Arrivillaga y Salazar, 2005; Arrivillaga, Salazar, y Correa, 2003).Los estilos de vida constituyen uno de los elementos determinantes de la salud, el bienestar y la calidad de vida de la persona (Suls y Rothman, 2004;Valle, 1996); además de ser una variable que se encuentra bajo el control de las personas y son susceptibles de ser modificados al menos en las dimensiones que lo requiera (Valle, 1996; Zapata, 2006). Por lo tanto, la promoción de los estilos de vida saludables constituye una responsabilidad que debe ser compartida por todos los organismos sociales. Es necesario propiciar hábitos y estilos de vida sanos en las personas durante todas las etapas del desarrollo, pero sobre todo debemos hacer mayor hincapié en la población juvenil. Se trata de una población muy vulnerable que se encuentra en ocasiones desprotegida por la situación biológica, psicológica y social en la que se encuentran. Entendemos que este abordaje preventivo y de promoción de la salud debe ser una tarea compartida por todos/as, y en el caso de la población juvenil y en especial en la universitaria, debe ser la propia Universidad la institución que fomente la adquisición del conocimiento junto con la promoción de estilos de vida saludables que mejoren las perspectivas de salud presentes y futuras (Martínez, Balanza, Leal, Martínez, Conesa y Abellán, 2009). Pero para ello, primero debemos conocer las principales dimensiones del estilo de vida que se relacionan con la salud de los/as jóvenes universitarios/as, tales como: el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, los hábitos alimenticios, las relaciones sexuales, la práctica de actividad física y deportiva y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.