La calidad de la formación profesional ocupacional

Laburpena

El sistema educativo, en las sociedades modernas, además de formar personas, ejerce las más variadas funciones, entre las que destacan las derivadas de su estrecha vinculación al ámbito laboral, tanto en la cualificación de los trabajadores como en la mejora individual y colectiva del bienestar económico y social. Estos requisitos y presupuestos aparecen asociados actualmente en nuestra sociedad a rápidos cambios sociales y económicos que cuestionan, de paso, el papel de la institución escolar. Así, el acelerado desarrollo económico ha comportado cambios bruscos en el mercado de trabajo con la aparición de un tipo de empleo mucho más inestable y un paro casi estructural y creciente, exigiendo, asimismo, mayor adaptabilidad de la mano de obra y una nueva concepción del empleo por parte de la juventud, de las familias, de los empleadores y de la sociedad, en general, convirtiendo el empleo en algo más instrumental y, por sus repercusiones económicas individuales y colectivas, en un importante vínculo con la proyección de la calidad de vida individual y colectiva (familiar y social). A este fin contribuye la nueva Formación Profesional Reglada (FP) que oferta más de cien títulos diferentes con el objetivo de que su alumnado adquiera un aprendizaje estructurado en torno a capacidades profesionales que le permita insertarse en el mercado laboral. Junto a ella aparece una modalidad de enseñanza complementaria, la Formación Profesional Ocupacional (FPO), que se inserta directamente en el marco de la política de empleo y no en el marco educativo. Así, las acciones en materia de FPO se enmarcan históricamente en el Plan Nacional de Formación e Inserción Profesional (Plan FIP), puesto en marcha en 1985 a partir del Acuerdo Económico Social, cuyo antecedente más directo es el Programa de Promoción Obrera creado en 1964, hoy aún conocido como PPO. En esta comunicación se analiza este modelo de enseñanza y sus logros, particularmente en la sociedad canaria