Indeterminación científica y generación de conocimiento en la frontera
- Manuel Liz Zuzendaria
Defentsa unibertsitatea: Universidad de La Laguna
Fecha de defensa: 2023(e)ko otsaila-(a)k 27
- Jesús Pedro Zamora Bonilla Presidentea
- Margarita Vázquez Campos Idazkaria
- María Mar Cerezo Lallana Kidea
Mota: Tesia
Laburpena
Es menester comenzar con una aclaración preliminar que nos permita ubicar exactamente el lugar del que parte esta investigación y qué posición mantiene respecto de un “viejo debate disciplinar” que parece no tener fin y que divide a la disciplina en la que se enmarca. La investigación que se desarrolla en las páginas siguientes gira en torno a aspectos de la dimensión política y social de la ciencia, pero lo hace desde la filosofía de la ciencia. Esta afirmación es una declaración de intenciones; asevera de entrada que se parte de una perspectiva que no reduce la ciencia a un conjunto de teorías y que, por tanto, permite liberar su análisis de la dimensión epistémica de la ciencia, reivindicando de este modo la importancia de aquellas otras dimensiones de la ciencia que lamentablemente la filosofía de la ciencia ha cedido a otras disciplinas. Desde un punto de vista general, la filosofía de la ciencia es concebida como una disciplina filosófica de segundo orden que se encarga de pensar el fenómeno denominado “ciencia”; una más de las “filosofías de”, del tipo “filosofía de la mente”, “filosofía del lenguaje” o “filosofía de la religión”. No obstante, desde una perspectiva versada se sabe que el desempeño de la filosofía de la ciencia tradicionalmente ha estado focalizado sólo en los denominados aspectos epistémicos o metacientificos de la ciencia – salvo sonadas excepciones como Bertrand Russell u Otto Neurath–. Lo que quiere decir que la filosofía de la ciencia sólo ha estado interesada en una parte de su objeto de estudio. Desde luego, esto no es azaroso, tiene que ver con la manera en que la propia disciplina concebía su tarea, la cual deriva de la forma en que entendieron la ciencia. Lo sorprendente del caso es que esta cuestión quedó superada en términos teóricos; primero con la emergencia de voces disidentes en el seno de la corriente que representaba la ortodoxia, es decir, la Concepción Heredada, y, segundo, a consecuencia del enorme impacto que generaron las tesis historicistas de autores como Alexandre Koyré y, sobre todo, Thomas Kuhn. Este “giro historicista” en filosofía de la ciencia consiguió que la unidad básica del análisis de la ciencia no fueran las teorías, sino los agentes que conforman la ciencia. En otras palabras, dicho “giro” estaba llamado a ser la enorme catapulta que derribase las imponentes torres conceptuales erigidas para defender la supuesta pureza de la ciencia de cualquier elemento externo. Esto puso de manifiesto que la ciencia es una actividad históricamente situada y que, por ende, tiene otras dimensiones tan dignas de ser estudiadas como la epistémica –algo que hoy nos parece incontestable, pero que, según la historiografía de la filosofía de la ciencia, no fue una asunción fácil para una parte de la corriente dominante–. No obstante, desde un punto de vista práctico, esta suerte de evolución teórica no parece haberse dado del todo (Mormann, 2010; Uebel, 2005). Es realmente sencillo comprobar este hecho si se sondea el grueso de la literatura publicada en filosofía de la ciencia en las últimas décadas; se observará rápidamente un enorme predominio de los temas epistémicos respecto de cualquier otro. Tómese esta matización disfrazada de denuncia como la reivindicación de un hecho que quedará patente en el trascurso de esta investigación: la ciencia contemporánea tiene una estructura tan compleja e interdependiente como su propio objeto de estudio; obliga a quien la investiga a tomarla como un todo si quiere comprender mejor alguno de sus aspectos concretos. Lo que le ha permitido a la filosofía de la ciencia no tener mala conciencia a causa de este desinterés en aspectos vitales de la ciencia es el hecho de que, como ya se ha dicho, disciplinas como los estudios de ciencia, tecnología y sociedad o los estudios políticos y sociales de la ciencia, entre otros, estén llenando ese vacío y respondiendo a las enormes demandas cognoscitivas en relación con esos asuntos. El reduccionismo temático, perpetuado por la supuesta superioridad que algunas corrientes de la filosofía de la ciencia tienen sobre otras, ha suscitado muchas criticas y, afortunadamente, ha fomentado una dinámica de “resistencia”, en la cual se inscribe esta investigación. Dicha dinámica se ha materializado en propuestas como las de Ronald Giere, John Ziman, Mario Bunge, Thomas Uebel, Carl Mitcham, Philip Kitcher o Sandra Harding; en nuestro país, por ejemplo, Zamora Bonilla, Javier Echeverría, Miguel Ángel Quintanilla, Antonio Diéguez, o Fernando Broncano son las principales voces en estos temas. Tanto los planteamientos desarrollados en sus obras, como el que aquí tiene lugar, están comprometidos con una filosofía de la ciencia versátil y actual; consciente de que los análisis sobre la dimensión política de la ciencia no sólo son necesarios para esclarecer la lógica de la ciencia contemporánea, lo que permitiría una gestión más inteligente de la misma, sino que son de vital importancia para expandir los esquemas explicativos que la propia filosofía de la ciencia tiene de su objeto de estudio, recuperando así la autoridad epistémica extinta. La actitud renovada de la filosofía de la ciencia debería comenzar, desde mi punto de vista, con un gesto de complicidad, ya que todas las disciplinas que se han interesado en la estructura y la organización política de la práctica científica han sido fundamentales para romper el convencionalismo que durante décadas ha concebido la ciencia y la política como dos esferas humanas separadas y radicalmente distintas. La ciencia ocupándose de la búsqueda del conocimiento a través de un corpus metodológico que le garantiza la objetividad y la política llevando a cabo un ejercicio heterogéneo de prácticas que configuran el poder. Todos esos estudios nos han permitido saber que la ciencia tiene una estructura similar al de otro tipo de institución social y que, por tanto, existe una filtración (consciente, interesada e indispensable, como aquí se mostrará) de elementos políticos y sociales. Más aún, las instituciones políticas modernas no sólo están inscritas en el desarrollo de la ciencia, sino que, además, han sido y son fundamentales para el crecimiento de la ciencia. El conocimiento científico, por su parte, se ha vuelto un activo indispensable para el desarrollo económico y social de los territorios, hecho que no ha pasado desapercibido ni para los medios de comunicación ni para la sociedad en su conjunto. Este rol tan predominante que tiene la ciencia en la sociedad y todo el interés que suscita demuestra que, como dice Giere, es algo más que una actividad teórica ligada al conocimiento de la realidad. El problema, desde mi punto de vista, es que el estudio de estas transformaciones en seno de la ciencia contemporánea como consecuencia de la injerencia política está monopolizado principalmente por los estudios de ciencia, tecnología y sociedad. Esta circunstancia no simbolizaría alarma alguna si no fuera por el hecho de que estos trabajos a menudo tratan estas cuestiones de manera muy descriptiva y desde una visión posmoderna de la ciencia. Considero que la manera más inteligente que tiene la filosofía de la ciencia de resarcir su desinterés es empezar por incorporar los conocimientos desarrollados por estos estudios y redimensionarlos mediante el análisis y la crítica filosófica. Esta es la apuesta metodológica de esta investigación. Aunar conocimientos es un paso previo pero necesario de cara a cumplir con el desafío epistemológico que debe afrontar la disciplina si desea tener una imagen más completa y actual de la ciencia. No se puede obviar el hecho de que la ciencia de la que se ocuparon una gran parte de los estudios que hoy consideramos paradigmáticos de la filosofía de la ciencia no se parece en nada a la que se viene desarrollando desde los años 90. Por ello, la disciplina debe acometer la tarea de redefinir su objeto de estudio. Fundamentalmente, se trata de asumir que algunas particularidades de la ciencia actual la convierten en un fenómeno que, como diría Rouse, no se comprende de manera optima si se desvincula del poder. Partiendo de esta situación, la manera en que esta investigación pretende contribuir a la causa es proporcionando una cartografía sintética de las características y las consecuencias de la evolución de las relaciones entre la ciencia y la política desde el siglo XX en adelante, un hecho que ha cambiado la forma de generar conocimiento, la ciencia misma y la sociedad. Desde luego, este es un tema amplio y complejo que ha sido abordado desde distintos puntos de vista y con enfoques diversos. Esta investigación, como su propio título avanza, reduce su campo de interés al estudio del impacto de las problemáticas asociadas a la indeterminación científica –un tipo concreto de consecuencia derivada de la maximización del desarrollo– en la generación de conocimiento en la frontera entre ciencia y política. Este campo de estudio se enmarca en lo que se suele denominar Trans-science (Weinberg, 1972) o Post-normal science (Funtowicz, Ravetz, 1993). Estas nociones hacen referencia a una situación de rebasamiento de los procedimientos habituales de la investigación científica a consecuencia de una serie de cuestiones que están sujetas a distintos tipos de incertidumbre. No obstante, en este trabajo se ha optado por utilizar la indeterminación en detrimento de incertidumbre para resaltar así el factor que ha hecho de la transciencia un fenómeno cada vez más relevante en nuestras sociedades. Esta investigación ofrece una nueva perspectiva sobre la transciencia y la generación de conocimiento en la frontera entre la ciencia y la política; lo hace a través de la combinación de un enfoque epistémico y los estudios que tratan de analizar los modelos de relación entre la ciencia y la política desde el siglo XX en adelante utilizando como referencia la noción de frontera. Desde la aparición de la Royal Society en Inglaterra en 1662, el papel de la ciencia en el desarrollo de los países, los seres humanos y sus sociedades ha sido cada vez más relevante y reconocido. Su éxito, deudor tanto de su capacidad para conocer la naturaleza, como de su dominio de la técnica, no ha pasado desapercibido para las instancias políticas. El poder siempre ha mostrado interés en los beneficios que aporta la investigación científica y la tecnología. De la concreción de dicho interés nace, precisamente, la ciencia moderna o Big Science en la segunda mitad del S. XX. Con el famoso Proyecto Manhattan y el papel que jugó la ciencia y la tecnología en la Segunda Guerra Mundial se inauguró una fuerte relación entre la ciencia y la política que, aunque tenía algún antecedente, supuso una fuerte y mutua dependencia entre estas dos esferas. La importancia de dicha relación se concretó en el modelo del “Modelo lineal de desarrollo”, planteado por Vannevar Bush en su famosa obra Science: The endless Frontier (1945) y actualizado luego por John Steelman en Science and public policy (1948). En ambas obras encontramos una propuesta normativa basada en una relación directa entre patrocinadores (la política) y agentes (investigación científica) (Guston, 2000) que, a grandes rasgos, constituyó durante algún tiempo el motor de las sociedades modernas industrializadas. La noción de frontera en los trabajos clásicos se planteó como una clara línea que divide la ciencia y la política. Sin embargo, la complejización y la sofisticación de las relaciones entre estas dos esferas evidenció la necesidad de reformular dicho contrato. En el “nuevo contrato social para la ciencia”, planteado por autores como Lubchenco (1998), Gibbons et al (1994) o Guston (2001, 2013) la frontera entre ciencia y política empieza a tener un cariz fluido y aparecen en ella ciertas organizaciones de frontera, objetos y conocimientos, dando lugar a un espacio/dinámica que, autores como Miller (2001) o De Doná (2021), han caracterizado como “Hybrid Management” o “Science Policy Interface”, respectivamente. Esta investigación parte de una hipótesis general, de la cual se siguen otras de carácter particular e íntimamente ligadas. La hipótesis general es que a raíz del Proyecto Manhattan es posible identificar dos niveles de relación entre la ciencia y la política. Uno en el marco del “modelo lineal de desarrollo” y sus posteriores actualizaciones interpretado como dinámica organizativa entre ambas instituciones y otro con carácter de “urgencia” desarrollado en un espacio de intermediación para afrontar los aspectos negativos de algunos desarrollos científico-tecnológicos que aquí se interpreta como dinámica paliativa. La primera hipótesis particular, derivada de la general, es que el cambio en la estructura, la organización de la investigación y la generación de conocimiento como consecuencias de la alianza entre la ciencia y la política genera dos tendencias, a saber, una de dependencia entre ambas instituciones y otra de cambio continuo de la sociedad. Dichas tendencias, consustanciales a la forma contemporánea de hacer ciencia, suelen asociarse a aspectos negativos, tanto para la ciencia como para la sociedad. El modelo de maximización del desarrollo ha difuminado la frontera entre la ciencia y la sociedad, dándose la paradoja de que las sociedades modernas tienen en la investigación científica su mayor aliado, pero también su máxima amenaza. La segunda hipótesis particular, que se sigue de la anterior, plantea que una de estas amenazas la representa la emergencia de un tipo especifico de problemas que surgen en la esfera social –por tanto, son problemas políticos–, pero tienen un claro componente científico. La característica principal de estos asuntos es que están sujetos a distintos tipos de incertidumbre o indeterminación que hace que trasciendan la metodología habitual de la ciencia. Esta situación favorece un nivel distinto de la relación entre la ciencia y la política, las cuales se ven obligadas a redefinir tanto sus relaciones como el marco en el que se dan: la indeterminación o incertidumbre asociada a estos asuntos implica un cambio en la manera en la que se genera el conocimiento. La tercera hipótesis que esta tesis pretende verificar es que esta situación, los hechos de las hipótesis anteriores, ha sido utilizada por corrientes afines a visiones posmodernas de la ciencia dentro de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad para intentar desautorizar a la ciencia epistemológicamente. La primera parte de la investigación, La imagen de la ciencia: euforia y degradación, ofrece una reconstrucción del estado de la cuestión, el cual puede entenderse como un recorrido por el desarrollo histórico de la ciencia en base al horizonte temático de la percepción académica y social de la empresa científica. Esta oscilación de la percepción –de la euforia a la degradación– está asociada en gran medida a las consecuencias negativas derivadas del desarrollo de la dimensión política de la ciencia. A lo largo del trabajo se mostrará que esta imagen es una simplificación que empobrece y condiciona nuestra idea sobre la ciencia, su importancia y el lugar que debería ocupar en la sociedad. La segunda parte, Retos para una gestión política de la ciencia, gira en torno a algunas de las propuestas intelectuales que surgen como consecuencia de los efectos negativos del desarrollo científico-tecnológico. Más concretamente, se ofrece una revisión de algunos temas clásicos de la filosofía de la ciencia y los estudios de ciencia, tecnología y sociedad relacionados directamente con la gobernanza de la ciencia. La base conceptual de los planteamientos y las ideas de la primera parte nos permitirán hacer una lectura crítica y articular una perspectiva novedosa sobre los temas tratados en la segunda parte. Focalizar el estudio en estos temas nos permite 1) construir una imagen más completa y articulada de la ciencia desde la filosofía de la ciencia –cumpliendo con uno de los propósitos generales de la tesis– y 2) aplicar los resultados obtenidos a algunas problemáticas tradicionales de la filosofía de la ciencia y de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad con la intención de aportar nuevas perspectivas.